Recebido: 03-06-2022 | Aprovado: 22-07-2022
Francesca Rizzuto, Università degli Studi di Palermo (francesca.rizzuto@unipa.it)
Juana Escabias, Universidad Complutense de Madrid (jnescabias@ucm.es)
Miguel Ángel Ortiz Sobrino, Universidad Complutense de Madrid (maortiz@ucm.es)
Como citar este artigo:
Rizzuto, F., Escabias, J., & Ortiz Sobrino, M. A. (2023). Mujeres y liderazgo político en la Península Ibérica e Italia.
RevistaMultidisciplinar, 5(1), 71-89.
https://doi.org/10.23882/rmd.23114
Resumen: Este artículo analiza la imagen que los medios de comunicación ofrecen sobre las mujeres que ejercen la política como profesión en la actualidad, centrando el campo de estudio en Portugal, España e Italia. El punto de partida del trabajo es la desigualdad de tratamiento por sexos patentizada en diferentes estudios, unida a una contextualización sobre la participación de las mujeres de esos países en la vida política a lo largo de la historia, que a su vez está enmarcada en una visión más genérica sobre las mujeres y la política en Europa. En él se analizan las estrategias mediáticas en relación a los roles de género, sesgos y estereotipos subyacentes, así como la utilización del lenguaje como herramienta de construcción del discurso en torno a estas temáticas. Las conclusiones son la supervivencia de la desigualdad y los obstáculos que el hecho supone para el ejercicio de la política tanto en la esfera pública como en el seno de las propias organizaciones.
Palabras clave: parlamentarias, igualdad de género, voto femenino, políticas de género, mujer política.
Introducción
Los estudios sobre el reflejo que los medios de comunicación realizan a
propósito de las mujeres políticas, muestran datos preocupantes. Una de las
principales conclusiones de La imagen de la mujer política en los medios de
comunicación, realizado en España, es que la esfera política “es un espacio
especialmente dominado por el género masculino donde, además, han prevalecido y
prevalecen los estereotipos de género más perjudiciales para la mujer”
(Gómez-Escalonilla, García, Santín, Rodríguez y Torregrosa, 2008). El informe
refleja una realidad escalofriante, construida por datos como que el 83% de las
menciones realizadas por medios de comunicación sobre la esfera política
corresponden a políticos varones y tan solo el 16,5% a mujeres políticas. Otros
estudios de similares características arrojan datos similares.
Un problema frecuente para las mujeres que ejercen la política son las
dificultades para abrirse camino dentro de sus propias formaciones, según
recogen los medios de comunicación. Además del acoso sexual -muy común según los
testimonios de las entrevistadas- el problema que más mencionan las
representantes públicas es “que los hombres esperan que compartan sus puntos de
vista en vez de tener opiniones propias[1].
El incidente ocurrido en abril de 2021 en Turquía con Ursula Von der Leyen,
durante la visita oficial de los representantes de la UE a ese país, ilustra la
falta de respeto y valoración que todavía despiertan las mujeres políticas en la
sociedad. El presidente turco Erdogan, misógino confeso y conocido, la relegó a
sentarse en un lugar de segunda categoría. Pero el presidente del Consejo
Europeo, Charles Michel (que acompañaba a Von der Leyen) no protestó ante el
gesto de Erdogan que discriminaba a su compañera, sino que ocupó su sillón de
primera categoría con toda tranquilidad[2].
Este artículo que presentamos a continuación es fruto de una investigación
realizada en el entorno universitario sobre el tratamiento y presencia de las
mujeres políticas en los medios y la acción política en la Península Ibérica e
Italia.
1.
Mujeres y acción política en la Península Ibérica
En 1866, la opinión pública internacional recibió con
asombro y clamor la noticia de que el parlamentario británico John Stuart Mill
había solicitado a su Parlamento que se aprobara el derecho al voto para las
mujeres. Pero Stuart Mill no fue pionero en esa petición, cuarenta y cuatro años
antes, exactamente el 22 de abril de 1822, el diputado luso Borges de Barros
había registrado en la
primera institución parlamentaria portuguesa una propuesta solicitando el
derecho de voto para las mujeres.
El voto femenino se introdujo en Portugal en 1931, aunque con ciertas
restricciones. Será después de la Revolución del 25 de abril de 1974 cuando se
consagraría el sufragio universal y se abolirían las restricciones al derecho de
voto en función del género. El sufragio universal y la igualdad de derechos
entre los hombres y las mujeres
están recogidos en la Ley
14/2008, de 12 de marzo, compuesta por veintitrés artículos, que sanciona y
prohíbe la vulneración del principio de igualdad de derechos como ciudadanos
entre hombres y mujeres. Por su parte,
el V Plan Nacional de Igualdad de Género, Ciudadanía y No Discriminación
(PNI) (2014-2017), reconoce al Estado la función de promover la igualdad entre
mujeres y hombres, siendo la no discriminación por razón de sexo u orientación
sexual un principio fundamental de la Constitución de la República Portuguesa y
base de su Estado Democrático de Derecho. Este Plan Nacional portugués está en
consonancia con los compromisos recogidos en el Tratado de la Unión Europea,
especialmente en lo que se refiere a algunos artículos (2, 3, 6, 8, 10, 153 y
157) del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea, que refuerzan el
principio de igualdad, que incluye la perspectiva de género en todas sus
políticas.
2.
El liderazgo de la mujer en la política portuguesa
La Ley de Paridad en Portugal exige que las listas tengan al menos un 40% de
representación de cada sexo. Esta norma exige que no haya más de dos candidatos
del mismo sexo seguidos, pero no establece ninguna jerarquía, dejando a la libre
elección de los partidos quien lidera las candidaturas. Sin embargo, las
elecciones legislativas de enero de 2022, representaron un pequeño retroceso en
la representación de mujeres en el parlamento de Portugal, en relación con las
elecciones anteriores en 2019.
Ahora, ochenta y cuatro mujeres, se han incorporado a la Asamblea de la
República, lo que representa un 36,5%, del arco parlamentario. Sin embargo, en
cuanto a la presencia de las mujeres en el Gobierno, esta es notable. Por
primera vez en Portugal, el equipo ministerial está compuesto por una mayoría de
mujeres.
En la Legislatura 2019-2022, varias mujeres desempeñaron funciones de liderazgo
en las diferentes comisiones de la Asamblea Portuguesa: entre ellas, la diputada
del PS Cláudia Santos, como coordinadora del Grupo Parlamentario de la Comisión
de Asuntos Constitucionales, Derechos, Libertades y Garantías; Ana Miguel dos
Santos, del PSD, como coordinadora de la Comisión de Defensa Nacional;
Fabíola Cardoso, diputada del Bloco de Esquerda, como vicepresidenta
Comisión de Asuntos Europeos; Marina
Mortágua, también diputada del Bloco de Esquerda, como vicepresidenta de la
Comisión de Presupuestos y Finanzas; en la Comisión de Educación, Ciencia,
Juventud y Deporte, hay dos mujeres más como vicepresidentas, Carla Sousa, del
PS y Joana Mortágua, del Bloco de Esquerda; Maria Antónia de Almeida Santos,
diputada del PS, era la presidenta de la
Comisión de Sanidad; en la Comisión de Cultura y Comunicación, Fernanda Velez
(PSD) y Beatriz Dias (Bloco de Esquerda); y , finalmente, Isaura Morais,
diputada del PSD, presidenta de la Comisión de Administración Pública,
Modernización Administrativa, Descentralización y Gobierno Local. En
la Comisión Eventual para el seguimiento de la aplicación de las medidas
de respuesta a la pandemia de la enfermedad COVID-19 y el proceso de
recuperación económica y social,
Ofélia Ramos, del PSD, era vicepresidenta, mientras que
Catarina Ferreira, del PSD, formaba
parte de la Comisión Eventual para
la Revisión Constitucional y, por último, Isabel Oneto, del PSD, ostentaba el
cargo de vicepresidenta de la Comisión
Eventual de Investigación Parlamentaria sobre las pérdidas registradas por Novo
Banco e imputadas al Fondo de Resolución. Sólo una mujer desempeñaba este papel:
Catarina Martins, líder y diputada del Bloco de Esquerda.
3.
Mujeres y vida política en España
La historia de la participación de las españolas en la vida política de su país
está directamente relacionada con la gestación y el triunfo de la Revolución
Francesa de 1789, segunda convulsión política originada en el “viejo continente”
tras la revolución inglesa de 1688, que instaura por primera vez en Europa el
parlamentarismo como forma de gobierno. Las ideas de John Locke sobre el bien
común y la defensa de Thomas Hobbes de un Estado garante de las relaciones de
convivencia entre individuos, su “Leviatán”, prendieron en los ilustrados
franceses, que profundizaron en los conceptos heredados de sus predecesores.
Así, Charles Louis de Secondant, Montesquieu, en El espíritu de las leyes
(1748), defiende la Ley como garantía de igualdad entre los hombres que, por
naturaleza, nacen iguales. Jean Jacques Rousseau en El contrato social
(1762) también aboga por un pacto que convierta a todos los hombres en “iguales
por convención y derecho” (Rousseau, 1993, 23). Pero las mujeres quedaban
relegadas de esta igualdad para todos exigida por ingleses y franceses.
El papel de las mujeres fue crucial en el triunfo de la Revolución Francesa.
Ellas lucharon a favor de la revuelva, y previamente habían participado en la
expansión de las ideas ilustradas: desde las más humildes trabajadoras hasta las
damas nobles, que convirtieron sus mansiones en lugares de debate político y
protegieron económicamente a los difusores de las ideas revolucionarias. Entre
las “salonnières” se encontraban madame de Châtelet, protectora de Voltaire, o
mademoiselle de Lespinasse, protectora de D´Alembert (Amorós, 2005).
Pero los ilustrados no incorporaron a las mujeres a sus reivindicaciones. El
propio Rousseau (considerado de forma generalizada un adalid del progreso)
defendía un modelo femenino absolutamente arcaico para aquellos nuevos tiempos,
una mujer exponente del “ancien régime” que él mismo exigía dinamitar. En su
libro Emilio, o De la educación, publicado en 1762, pormenoriza cómo
deben ser educados los niños, futuros ciudadanos de las sociedades democráticas.
El último capítulo lo dedica a la niña-compañera perfecta para Emilio, Sofía,
esposa y madre al tiempo que organizadora del hogar, destinada a recluirse en el
ámbito privado de su casa mientras que su marido, Emilio, se dedica al trabajo
productivo y la vida pública (Cobo, 1995). Apoyando sus ideas en la más fría
racionalidad, Rousseau justificaba incluso los malos tratos hacia la mujer por
parte de padres y maridos, con el objetivo de lograr su sumisión al papel que
por naturaleza les correspondía.
Tras el triunfo de la Revolución francesa, las mujeres constatan que están
siendo relegadas, y da comienzo una nueva lucha, su lucha. En 1793 se plantean
varias preguntas a los diputados franceses: ¿Pueden las mujeres ejercer los
derechos políticos y formar parte activa en los asuntos del gobierno? ¿Pueden
las mujeres reunirse en asociaciones políticas o sociedades para deliberar? La
respuesta fue que no. Con el ascenso de los jacobinos, las restricciones
aumentaron todavía más. El caso más significativo de esa batalla perdida fue el
de Olympe de Gouges, autora de la Declaración de los derechos de la mujer y
de la ciudadana, de 1791, enviada a la guillotina por Robespierre bajo la
acusación de intrigas. La prensa revolucionaria de la época justifica la
persecución de las mujeres que quieren ser “hombres de estado, transgrediendo
las leyes de la naturaleza y abjurando de su destino de madres y esposas”
(Duhet, 1974,44). Napoleón Bonaparte incorpora en su ideario de gobierno la
segregación por sexos apuntalada por los revolucionarios, haciéndola sobrevivir
en el tiempo.
La misoginia de los ilustrados, consolidada por Napoleón, entra en España. El
código civil napoleónico de 1804, vigente en el país tras la invasión francesa
de 1808, condena a las mujeres a la incapacidad legal. Los opositores españoles
luchan contra Napoleón y su invasión, pero no cuestionan la situación legal de
las mujeres (Martín Sánchez, 2014). Así, las Cortes de Cádiz y su constitución
de 1812 instauraron el derecho al sufragio universal, especificando que se
solicitaba para los hombres libres. “Se dice hombre porque se excluye a la
mujer. (...) Desde el primer debate en comisión hasta el acuerdo en pleno, ni
como hipótesis ha entrado el sujeto femenino. Media sociedad ya queda excluida
de aquel que se dice sufragio universal” (Clavero, 1987, 14). “Por esas fechas,
en España, las mujeres ni siquiera podían presenciar los debates parlamentarios
en las tribunas públicas del Congreso, pues les estuvo explícitamente prohibido
por los primeros reglamentos de Cortes (1810, 1813, 1821), prohibición que se
levanta en 1834” (Fagoaga, 1985, 29-30).
A lo largo del XIX, el constitucionalismo español no aporta ninguna novedad
significativa “en materia de igualdad” (Ricoy Casas, 2011, 465). La situación
perdurará con especial gravedad durante un siglo en España, tratando a la mujer
como menor de edad a efectos legales.
Las constituciones de 1837, 1876 y el Código Civil de
1889 exigen que las hijas mayores de edad que desean abandonar la casa paterna
cuenten con expreso “permiso de los padres” (Pérez Jaraba, 2001, 77).
A mediados del siglo XIX, en la mayoría de los países europeos ya existe una
polémica asumida socialmente sobre cuestiones feministas, pero en España no
(Scanlon, 1986). Hasta 1918 no se funda la primera organización feminista de
nuestra historia, la Asociación Nacional de Mujeres Española - ANME (presidida
por María Espinosa de los Monteros), que supone el pistoletazo de salida de un
asociacionismo feminista que nace en un momento en el que la española ni
siquiera es sujeto de derecho para la Ley: su representante legal, su tutor,
siempre es un hombre, su padre o su marido (Capel, 1889).
Paradójicamente, la dictadura del general Miguel Primo de Rivera (1923-1930),
concede por primera vez el derecho al voto a la mujer española para las
elecciones municipales. El 8 de marzo de 1924, el artículo 51 del Real Decreto
del Estatuto Municipal incluye un anexo en el que se ordena a las autoridades
locales incluir a las mujeres en el censo electoral, para que ejerzan su derecho
al voto. Las condiciones para poder participar en los comicios era que las
mujeres fuesen mayores de 23 años y no estuvieran tuteladas ni por un hombre ni
por el Estado. Se excluían por lo tanto a las casadas, prostitutas y presas. En
meses posteriores se ampliaron esos derechos y se permitió que las mujeres que
cumplían con los requisitos exigidos para ejercer el voto, también pudieran
postularse para un cargo político. Aprovechando la situación, algunas mujeres se
presentaron como candidatas y obtuvieron escaños como concejalas o alcaldesas en
las demarcaciones donde se celebraron comicios. Pero la situación en general no
evolucionaba, y las leyes continuaban discriminando a las mujeres y negándoles
la personalidad jurídica.
La prensa de la época, incluso la calificada como conservadora, denunciaba esa
discriminación. Un ejemplo es el artículo que la escritora y periodista Blanca
de los Ríos publicó en 1927 en el diario ABC, cuyo título era “Las mujeres
españolas en 1926”. En él, insta a los gobernantes a eliminar determinados
artículos del código civil y penal. “Algunos artículos injuriosos para la
dignidad humana de la mujer, como el 237, que, al declararnos inhábiles para
todos los cargos tutelares, nos equipara con los ladrones, los estafadores, los
corruptores de menores y los penados que extinguen su condena” (Ríos, 1927).
De 1925 a 1930 el movimiento de reivindicación de las mujeres cobra auge en
España. El 1931, ya durante el gobierno de la II República, se incluye en la
nueva Constitución la concesión del voto a todas las mujeres mayores de edad,
sin discriminación por estado civil. La batalla a favor de la consecución de
este derecho fue cruenta y estuvo protagonizada por Clara Campoamor. Los
opositores al voto femenino, con ardides legales, obligaron en diciembre a 1931
a repetir la votación ganada en las Cortes por Campoamor unos meses antes, y
ella tuvo que emplearse aún más a fondo que en la primera votación, porque las
presiones para que venciera el no fueron abrumadoras. El avance que experimentan
las españolas durante la II República, queda dinamitado tras el golpe de Estado
del dictador Francisco Franco y el gobierno que él impone en España, y que se
extendería hasta finales de 1975. La dictadura franquista dinamita la
democracia, se prohíben los partidos políticos y las elecciones democráticas, la
libertad de expresión, y otros derechos fundamentales como el de reunión y
asociación. Pero las mujeres pierden todavía más derechos que ellos, pierden su
condición de sujeto de pleno derecho. Nuevamente deben tener un representante
legal (tutor ante la ley y la sociedad), su marido o su padre, una figura
masculina que las represente para cualquier acto.
4.
La presencia de la mujer en la política española tras la
Constitución de 1978
Tras la muerte de Franco y el inicio de la denominada Transición, todo cambia en
España. La Constitución de 1978 proclama la igualdad de los españoles ante la
Ley (hombres y mujeres), igualdad que ya se había establecido legalmente unos
años antes en esa Constitución[3]. En las
elecciones de junio de 1977, el porcentaje de representación femenina en el
Senado alcanza el 2,4%, porcentaje que va incrementándose en posteriores
comicios. En el caso del Congreso de los Diputados, en todas las elecciones
celebradas en 1979, el porcentaje de presencia femenina se sitúa en un 6% de los
escaños.[4]
En 1987, el PSOE propone establecer un sistema de cuotas que asegure la
presencia femenina en los partidos e instituciones políticas. Este hecho,
provoca el aumento de mujeres en la organización de los partidos, que aumenta
hasta un 22,4%. Otros partidos, como el PP e IU, se sumaron de inmediato a ese
modelo de cuotas. Gracias a ese sistema, en las elecciones generales de 1989 el
número de mujeres candidatas al Congreso de los Diputados pasa de ser de un 21%
en 1986 a un 30,5%. En el Senado, se pasa de un 15% a un 23,9%[5]. En el
gobierno de la administración central, desde 1982, la proporción de mujeres en
puestos de poder ha ido paulatinamente aumentando. Lo mismo ha sucedido en
alcaldías y gobiernos autonómicos. En marzo de 2007 se produce un hito en
España. En esa fecha se aprueba la Ley Orgánica para la Igualdad Efectiva de
mujeres y hombres, gestada por el ejecutivo del presidente José Luis Rodríguez
Zapatero. A partir de esa ley, este partido instaura las denominadas “listas
cremallera”, que aseguran la presencia alternativa de hombres y mujeres en las
listas electorales.
En paralelo a esa normalización de la actividad política a favor de las mujeres,
las leyes españolas también experimentan en España un imparable camino hacia la
igualdad efectiva entre ambos sexos. En 1975 se anula la denominada “Licencia
Marital”, que exigía a las mujeres un permiso firmado de su marido para ejercer
numerosas actividades: firmar contratos de trabajo, cobrar un salario, obtener
el carnet de conducir o el pasaporte o poseer una cuenta bancaria, entre otros
muchos trámites. La licencia marital provocaba situaciones surrealistas como las
que vivían las abogadas españolas, que para representar a sus clientes debían
ser previamente representadas por sus maridos.
La no discriminación legal por razón de sexo queda establecida y garantizada por
la Constitución de 1978, con una referencia explícita a la igualdad dentro del
matrimonio. También en 1978 quedan despenalizados los anticonceptivos y el
delito de adulterio (que castigaba especialmente a las mujeres). En 1980, el
Estatuto de los Trabajadores anula los reglamentos y disposiciones que
discriminan a las mujeres en materia de empleo, en 1981 se aprueba la Ley del
Divorcio y en 1985 se regula el derecho al aborto. En 2003 se establece un
importante mecanismo de vigilancia para asegurar la no discriminación contra las
mujeres, la Ley de valoración del impacto de género en las disposiciones
normativas gubernamentales[6], y en 2004
se consigue otro importante avance con la aprobación de la Ley orgánica de
medidas de protección contra la violencia de género[7].
Pero la plena incorporación de la mujer como sujeto de pleno derecho a la vida
social, pública y política, no garantiza la ausencia de problemas y fricciones
con los sectores e individuos más retrógrados. Son demasiados los estereotipos
machistas que aún quedan por vencer y superar, y los medios de comunicación
reflejan a diario esa difícil realidad.
En marzo de 2021, el diputado del PP Diego Movellán espetaba a la ministra de
trabajo Yolanda Díaz en pleno Congreso de los Diputados que en su formación
política “las mujeres suben en el escalafón si se agarran bien fuerte a una
coleta”[8], aludiendo
al líder de Podemos, Pablo Iglesias. El diputado popular soltó su arenga en
medio de una sesión oficial de control al gobierno, una lamentable falta de fe
en la capacidad de las mujeres y en el valor de su esfuerzo como método para su
progreso profesional. En la prensa española de los últimos veinte años
encontramos a menudo replicas semejantes.
5.
El cortocircuito entre medios y política en Italia
El tema de la relación entre la presencia de las mujeres comprometidas en la
política italiana y los métodos de su representación en los medios de
comunicación está en el centro de un vivo debate político y social que involucra
la relación entre el periodismo y la democracia desde la reflexión sobre la
narrativa de los medios. Las estrategias utilizadas con respecto a las líderes
políticas también resultan significativas a la hora de tratar de definir la
calidad de un sistema de noticias y su capacidad para fotografiar los cambios
culturales y sociales. Damos comienzo a esta reflexión privilegiando una
perspectiva de reconstrucción histórica de las peculiaridades del periodismo
italiano, en un camino de lectura tanto del proceso de creciente
interdependencia entre los actores políticos y los medios, como de las posibles
responsabilidades de los periodistas en la difusión de una actitud
discriminadora hacia la política.
En primer lugar, nos detendremos en algunas perspectivas teóricas, destacadas
por numerosos estudios sobre la presencia de mecanismos de reproducción de la
brecha de género en los medios italianos (Capecchi 2006; De Blasio, Gentile
2013; Belluati, 2020). Para estos autores, el tema central es el de la relación
entre periodismo, política y sociedad en Italia, a partir de la consideración de
las profundas transformaciones que han trastornado recientemente un sistema de
información históricamente anómalo y sus repercusiones en los circuitos de la
comunicación política en la actualidad. Muchos autores (Rizzuto 2009; Hallin,
Mancini 2021; Murialdi, 2021) han destacado tanto un alto índice de
“politicidad” como la centralidad política de la información en las dinámicas
públicas, lo que se traduce en una excesiva proximidad al poder, definida como
paralelismo político, que provocó una esclerosis en el circuito informativo de
la política a los ciudadanos, con exclusión de estos últimos como sujetos
activos. Paralelamente, la frágil expansión del mercado mediático ha fortalecido
la dependencia económica de este del Estado, la Iglesia y los empresarios,
impidiendo el desarrollo de los medios como instituciones autónomas y haciendo
prevalecer un modelo colateral, con la información en medios desplegada y
utilizada por los líderes políticos como megáfono o arma para sus batallas.
Si, desde los años cincuenta a los setenta, las dinámicas informativas se
centraron una concepción pedagógico-formativa de la comunicación política para
crear y mantener consensos, a partir de los ochenta, el éxito de la TV comercial
y la afirmación de la lógica competitiva del duopolio RAI/ FININVEST favoreció
una tendencia al personalismo y la espectacularización de la política, que han
cambiado tanto a los actores del circuito informativo como a los géneros
mediáticos que, tradicionalmente, la habían “contado” con un lenguaje formal y
elitista (Mazzoleni 2021). Tras la crisis de los partidos tradicionales,
expuesta en los juicios de Tangentopoli, y la victoria de Berlusconi en las
elecciones de 1994, el formato televisivo imperante para narrar la política pasa
a ser el talk show que, fusionando información y entretenimiento, marca la
adopción definitiva de un esquema narrativo televisivo que simplifica y
dramatiza la representación de la política, con consecuencias en la selección de
temas y protagonistas.
La política se convierte entonces en pop-política, en la que los personajes ya
no son autorreferenciales y están alejados de la vida cotidiana, sino que "se
convierten en realidades familiares, sujetos de curiosidad e interés, temas de
discusión, fuentes de diversión, a la par que de otras historias" (Mazzoleni y
Sfardini 2009, 14). Se estableció así un periodismo híbrido, caracterizado por
la mezcla de los registros lingüísticos de la información política tradicional y
la nueva lógica del infoentretenimiento, evidente en el éxito del género de la
telepolítica (Carlson 2009; Rizzuto 2012). En la sociedad de las plataformas, el
periodismo italiano atraviesa una fase de reestructuración radical debido al
impacto de las tecnologías interactivas en las rutinas productivas y en la
profesión: hoy la desintermediación entre los flujos de comunicación prevalece
en la comunicación política italiana posmoderna, posibilitada por Internet y las
redes sociales para que el cortocircuito comunicativo, que en el pasado impedía
la participación en el debate público, sea sustituido por un espacio discursivo
en línea, en el que se produce un diálogo bidireccional y directo entre
políticos y ciudadanos (Bentivegna, Boccia Artieri 2021), lo que ha puesto en
crisis al periodismo tradicional. Junto a los cambios mediáticos, los últimos
resultados electorales han visto la desaparición de muchos partidos y la
afirmación de nuevos sujetos políticos, como el Movimento 5Stelle o la Liga
Salvini, en los que la dimensión personal adquiere una importancia central: los
líderes emergentes están dispuestos a explotar el euroescepticismo. y el
descontento general hacia los políticos profesionales también a través de un uso
profesionalizado de las redes sociales y la red (Micalizzi 2021; Mazzoleni
2021), con las que pueden eludir cualquier forma de mediación entre información
y partido político, y calificar a los periodistas de “obstáculos”, manipuladores
y cómplices en complots contra el conocimiento compartido por los ciudadanos,
agravando así la crisis de la profesión.
6.
Mujeres políticas en los medios informativos italianos. Representación y brecha
de género
Los cambios mediáticos y electorales recientes también han dado lugar a una
lenta transformación de la forma en la que el periodismo italiano habla de la
presencia de las mujeres en la política, pasando de la ausencia total y la
invisibilidad a una presencia más significativa, tanto en términos numéricos
como de roles de género encubiertos.
En Italia las primeras elecciones democráticas con
sufragio universal se celebraron el 2 de junio de 1946, día en que los italianos
eligieron la República a través de un referéndum, y eligieron a los
representantes de la Asamblea Constituyente (de los 556 miembros sólo había 21
mujeres, es decir, 8 %). Durante décadas, la presencia de la mujer en la
política italiana ha sido escasa y sin altos cargos: de los 64 gobiernos, 13
estaban compuestos únicamente por hombres y ninguno de los 28 primeros ministros
era mujer. Solo desde 1983 (gobierno de Fanfani) se ha producido la entrada
gradual en la vida política italiana de mujeres ministras (un total de 80
mujeres de las cuales 38 eran ministras sin cartera), que siempre han estado
involucradas en sectores considerados menos relevantes para la esfera femenina,
tales como educación, la salud o los servicios sociales. En los últimos diez
años, los datos electorales muestran un punto de inflexión: en 2013 los elegidos
fueron el 30,1% y, en 2018, los 334 nuevos parlamentarios representaron el 35%,
superando la media europea de 32, 8%. A partir de 2018, gracias a algunos
cambios normativos (Ley electoral n. 165 / 2017 para promover la igualdad de
género en la representación política), comienza un crecimiento significativo de
la presencia de mujeres en roles institucionales. En el gobierno del Conte I (de
junio de 2018 a septiembre 2019) 19 ministras eran mujeres (31,6%), y 5 de 47
viceministras (10,6%). En el gobierno de Conte II (de octubre de 2019 a febrero
de 2021), de 23 ministras había 8 mujeres, es decir el 34,7% y 14 de 42 (33%)
fueron viceministras. En el actual Gobierno de Draghi (desde 2021) de 23
ministras 8 son mujeres (34,7%) y están ubicadas en cargos centrales (Interior;
Justicia; Universidad; Asuntos Regionales; Sur; Políticas de juventud; Igualdad
de oportunidades; Discapacidad) mientras que las viceministras suponen un 43,9%
(18 de 41)[9].
Para centrar la atención en la calidad de la relación entre las mujeres
políticas y los medios de comunicación italianos, es necesario distinguir entre
la representación ofrecida por los periodistas y la autopresentación, es decir,
la forma en que las mujeres políticas se presentan ante los medios. Numerosos
estudios han constatado la presencia en la cobertura informativa de una
desigualdad general de trato y una infrarrepresentación de las mujeres (Connell
2002; Carroll 2003; Campus 2013; De Blasio, Gentile 2013), que contribuyen a
reproducir un "sesgo de género" en las noticias a través de estereotipos ligados
al ámbito cultural. A nivel global, el Global Media Monitoring Project ha
constatado en los últimos años “lentas mejoras en la calidad de la presencia
femenina en los medios” (Belluati 2020, 70), al tiempo que encuentra una falta
de equilibrio entre los géneros representados (en 2020 las mujeres políticas
protagonistas de noticias eran solo un 22%), y la presencia de prejuicios que
siguen legitimando la discriminación de género tanto en los medios tradicionales
como en los digitales, que no resultan espacios neutros y libres sino que, por
el contrario, reproducen los elementos de la cultura masculina hasta el nivel de
discriminación algorítmica de las minorías (Tota 2008; Bartoletti 2020).
En el caso del periodismo político italiano, las tendencias a la
espectacularidad y la personalización que lo han caracterizado durante dos
décadas, también son evidentes en las noticias sobre mujeres políticas: los
medios se refieren a la esfera privada y al cuerpo femenino con mayor
insistencia que en caso de los líderes masculinos. Se confirman implícitamente
los prejuicios sobre lo femenino en relación a unos patrones de obligada
belleza, y con frecuentes referencias a la edad, presentada como criterio de
evaluación de capacidades y competencias políticas o como signo de
inexperiencia. Incluso en casos de fuerte presencia femenina (50%), como el
gobierno de Matteo Renzi en 2014, muchos diarios han dado visibilidad a las
ministras insistiendo en su apariencia física con un léxico informal, propio del
chisme: por tanto, cuanto mayor número de mujeres encontramos en los puestos de
responsabilidad, la tendencia solo puede traducirse como una operación de
marketing político, en consonancia con la lógica de la política-entretenimiento
y exhibición, que penaliza a las mujeres y conecta con un modelo de liderazgo
masculino todavía predominante (Capecchi 2006). Ya en 1996, Braden, al analizar
la relación entre mujeres, medios y política, había puesto de relieve una
discriminación oculta, ejecutada a base de infravalorar a las políticas a través
de una representación puramente estética, o insertándolas en un campo semántico
masculinizado al que los líderes hombres deben adherirse presentándose como
capitanes, guerreros o luchadores.
Según Belluati (2020) aún existe un poder semántico desequilibrado, que obliga a
las mujeres a intentar parecerse a los hombres más que a diferenciarse: incluso
en el caso de los estereotipos positivos a través de los que se las define como
guardianas de la verdad o incidiendo en su humanidad, se emplean dispositivos
retóricos que confirman el sesgo a través del que ellas parecen por naturaleza
ajenas a la lógica de la política y más vinculadas al ámbito privado y
doméstico. De esta forma, la representación estereotipada de los líderes produce
el efecto de polarizar las diferencias. La personalización de la narrativa
política se produce, por tanto, de diferentes maneras entre hombres y mujeres:
si en la era de la política íntima (Mazzoleni 2021) la vida privada es explotada
por el político íntimo (Stanyer 2007) porque lo acerca empáticamente a los
votantes y atrae a los medios, en el caso de la mujer se analiza y juzga como un
elemento calificativo, que puede demostrar su capacidad para convertirse en
líder. Por ejemplo, si está casada, la familia se presenta como un factor
tranquilizador pero, al mismo tiempo, como una posible limitación para la
actividad política; en el caso de una mujer política soltera, sin embargo, los
medios de comunicación sugieren inferencias implícitas, que se traducen en una
valoración sustancialmente negativa de la fiabilidad de la candidata: la
capacidad de conciliar la vida familiar y pública o la ausencia de una familia
tradicional siguen siendo, por tanto, elementos para definir su identidad.
Según Capecchi (2015), los periodistas italianos no solo adoptan una mirada
masculina, es decir, distorsionada y artificial, sino que la presentan como
universal y objetiva: este machocentrismo también es confirmado por otras
investigaciones (Tota 2008; Azzalini 2021) que han destacado la presencia de
formas lingüísticas y estrategias discursivas objetivadoras del cuerpo de los
candidatos. Los medios italianos "juzgan" a las mujeres políticas también
relacionando sus carreras con los hombres importantes que las han "ayudado" o
con las experiencias que tuvieron en sus anteriores etapas profesionales;
siempre a la sombra de un líder masculino: naturalmente, desde 1994 la absoluta
descalificación misógina de las mujeres promovida por Berlusconi ha contribuido
fuertemente a disminuir la percepción de la calidad de la presencia femenina en
la política, imponiendo el problema de la relación entre poder y sexualidad
(Stevens 2007) de manera aún más acentuada.
En general, podemos observar que las políticas italianas se ven obligadas, como
en una trampa, a vivir una contradicción continua entre la obligación de ser
asertivas y agresivas (para parecer lo suficientemente fuertes como para
convertirse en líderes), y el deseo de evitar ser percibidas como demasiado
agresivas, carentes de esa dulzura femenina "natural" y que debería
distinguirlas de sus colegas masculinos. Jamieson (1995) habló del efecto de
doble vínculo precisamente para indicar que las mujeres que se encuentran en la
cima deben ser competitivas para no parecer débiles, arriesgándose así a ser
vistas como fuera de los cánones de su género. Con respecto a este fenómeno, las
políticas italianas intentan “resistir” implementando dos estrategias totalmente
opuestas para controlar su imagen pública y defenderse o evitar estereotipos: en
algunos casos, optan por la deserotización del cuerpo, utilizando ropas
masculinas y aparentemente más profesionales que ocultan su feminidad e
incentivan la percepción de su rol público (como la expresidenta de la Cámara
Laura Boldrini). Otras políticas (Boschi, Carfagna, Moretti), en cambio, deciden
utilizar los estereotipos de género a su favor, realzando su belleza física con
accesorios y prendas de moda que las hacen populares en revistas y redes
sociales, ofreciendo intencionadamente detalles sobre looks y cuidado físico con
los que ellas mismos favorecen prácticas de objetivación de su cuerpo acordes
con la lógica del infoentretenimiento y la vitrificación social.
En conclusión, la tendencia a la tabloidización y la adopción de la lógica del
infoentretenimiento, también en el reportaje político, han empujado a los
periodistas italianos de las últimas tres décadas a hablar de la presencia de la
mujer en la política, apuntando sobre todo a un empleo amable de la noticia
(Rizzuto 2018): así se ha instalado un periodismo muy espectacularizado, híbrido
y popular, que penaliza a las mujeres porque se mantiene anclado en modelos de
poder masculinos, y utiliza prácticas discursivas y dispositivos retóricos que
banalizan y generan distorsión.
Conclusiones
Tanto en la Península Ibérica como en Italia, la legislación garantiza la
igualdad de derechos entre hombres y mujeres en la acción política. Sin embargo,
la legislación de cada país tiene un tratamiento diferente en relación con esta
cuestión. Pero la plena incorporación de la mujer como sujeto de pleno derecho a
la vida social, pública y política, no garantiza la ausencia de problemas y
fricciones con los sectores e individuos más retrógrados. Son demasiados los
estereotipos machistas que aún quedan por vencer y superar, y los medios de
comunicación reflejan a diario esa difícil realidad.
Independiente de que en la actualidad muchas mujeres ocupen puestos de
responsabilidad en las diferentes comisiones parlamentarias o en los Gobiernos
de los tres países analizados, el hecho de que solo una mujer lidere un partido
de ámbito nacional -como es el caso de Catarina Martins, del Bloco de Esquerda
(BE)- y que el proyecto de la Vicepresidenta Yolanda Díaz en España no acaba de
implementarse, indica que queda todavía mucho camino por recorrer hasta llegar a
una plena integración de la mujer en el activismo político y social.
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[4]
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[5]
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